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29 jul 2011

EL RECUERDO DURA POCO

Las cinco de la tarde en Altea,
un día más repican las campanas a duelo.
Por estas fechas suele morir un anciano casi a diario.
Lo descubrí hace varios veranos
cuando trabajaba de camarero en un restaurante
que estaba a dos metros de la Iglesia.
Mientras terminaba de montar las mesas,
ya uniformado y esperando a los primeros guiris
que elegían la mesa a la que más le diese el sol
para  devorar un entrecot entre sudores,
escuchaba el fúnebre sonido.
A mí me tranquiliza, de alguna manera
Los turistas que han invadido el pueblo
y han conquistado las terrazas de toda la plaza
enmudece y la gran mayoría lleva gafas de sol
y no muestran sus ojos,
de esa forma da la sensación que todos
 lamentasen la pérdida del cuerpo sin vida
que porta el féretro decorado con coronas
y sale del coche negro.

Más tarde, en esas mismas escaleras
donde los allegados y familiares
han llorado y dicho el último adiós,
se pone un hombre disfrazado de payaso
con atuendos coloridos
haciendo muñecos con globos.
Ha caído el sol en honor al muerto
pero la gente se quita las gafas de sol
y se emborracha.